Historia de Grecia

La cuestión de Mitilene: el debate de Cleón y Diodoto.

Guerras y acontecimientos bélicos han atraído la atención en todas las épocas. La historia, en demasiadas ocasiones, queda reducida a tales hechos, los cuales, en su mayoría, solo son un sangrante reflejo de cuestiones mucho más complejas. En cualquier caso,  la fuerza física nunca ha sido la única forma de imponerse y, en el mundo clásico, la palabra, la retórica y la oratoria parecen armas mucho más potentes para lograr convencer o persuadir. La obra de Tucídides, que nos narra la Guerra del Peloponeso, está plagada de cuantiosos discursos.  Observemos la importancia de los mismos en un caso concreto, la cuestión de Mitilene.  

Tras las Guerras Médicas, Atenas conformó una alianza con una multitud de polis del Egeo, a veces mediante la imposición, de tal forma que lo que era una alianza defensiva contra el persa se convirtió, en realidad, en un imperio o arché dominado por Atenas. En este contexto, Mitilene, una de aquellas ciudades, consideró oportuno abandonar la supuesta alianza –suceso que ocurre entre el 428 y 427 a.C.-. Claramente, los mitilenenses sabían que tal acto no era fácil, así que buscaron el apoyo de los mayores enemigos de los atenienses, los espartanos, que encabezaban la liga del Peloponeso y contra la cual se encontraban en guerra.

La cuestión para los de Mitilene era que había que convencer a los espartanos de que les prestaran apoyo, especialmente sabiendo que estos, por norma general, no se arriesgaban a salir del Peloponeso. Así, aprovechando que espartanos y sus aliados se encontraban reunidos en Olimpia, Mitilene envió una embajada con el fin de persuadirlos. Delante de estos, los embajadores dieron un discurso que, como no podía ser de otra manera, comenzaba con una larga justificación de por qué consideraban oportuno abandonar la liga marítima de Atenas. 

La embajada de Mitilene comienza explicando qué es una alianza o, mejor dicho, las características que debe tener: …solicitamos una alianza y sabemos que ni es firme una amistad entre particulares ni conduce a nada una unión entre ciudades, si las relaciones mutuas no van acompañadas de una honradez manifiesta… (Thuc.III.10). En otras palabras, que todas las partes deben mantener el pacto por el cual se creó la dicha alianza. Precisamente, eso era la que habían rotó los atenienses puesto que como recuerdan: …nos hicimos sus aliados no con miras a la sumisión de los griegos a los atenienses, sino en beneficio de los griegos para conseguir su liberación de los medos (los persas). Y en tanto que ejercieron el mando en pie de igualdad, los seguimos con entusiasmo; pero cuando los vimos alojar en su enemistad contra los medos y afanarse en el sometimiento de los aliados, ya no estuvimos libres de miedo (Thuc.III.10.3-4,). He aquí la cuestión fundamental. Los atenienses querían mantener a toda costa una alianza que ya no tenía como razón de ser la mutua protección contra los persas, sino la de ejercer el poder sobre el resto de polis.

Esta situación, según los embajadores de Mitilene, se había producido porque Atenas era, en realidad, la polis con un mayor poder militar y, por tanto, no estaban en pie de igualdad, un elemento fundamental que parece requerir toda alianza: El muto temor procedente de la igualdad de fuerzas es la única garantía de una alianza; pues quien pretende efectuar una transgresión desiste por no poder atacar desde una posición de superioridad (Thuc.III.11). Es decir, si no hay igualdad no existe alianza, sino un dominado y un dominante. Pero ¿acaso no existía en la liga de Delfos una asamblea de todas las ciudades que decidían mediante voto? ¡Claro que existía!, pero era una farsa en tanto que no se daba la mencionada igualdad entre las polis y el temor a Atenas implicaba la sumisión de todas las ciudades a los deseos de esta. Aunque no solo la superioridad militar era usada por Atenas para retener a los miembros de la alianza, sino que, en tal asamblea, los atenienses consideran tener el control por medio, nada menos, que de la oratoria: …creían que el objetivo era alcanzable con el artificio de las palabras y con los recursos de la inteligencia más que con los de la fuerza (Thuc.III, 11, 2).

Por tanto, es de justicia la sublevación de Mitilene a favor de su libertad y contra una tiranía como la ateniense. Pero ¿por qué los espartanos y los peloponesios deben ayudarse en esa sublevación? El argumento de la justicia, que puede ser válido, se transforma entonces en el argumento de la utilidad. Se esgrime que aportará la libertad a todos los griegos y, sobre todo, permitirá a la liga del Peloponeso ganar la guerra que está librando contra los atenienses. Los lacedemonios fueron convencidos.

Una flota peloponesia fue enviada a Mitilene con el fin de apoyar la defensa de la polis, aunque cuando esta llegó hacía siete días que la ciudad estaba ya en manos de los atenienses. Los espartanos, entonces, dirigidos por Alcides, decidieron volver al Peloponeso, aunque le intentaron convencer de lo contrario argumentando que seguramente su superioridad les permitirá recuperar la ciudad. Pero a Alcides esto no le convence, ni otras sugerencias que le hacen.

En realidad, los atenienses no habían sometido a Mitilene mediante las armas, sino que dentro de ella se produjo un cambio político.  El demos tomó el poder una vez que se les entregó las armas con las que debían luchar contra los atenienses. El pueblo se reunió en asambleas y decidieron entregar la ciudad a estos. Los oligarcas únicamente pudieron aceptar el deseo del pueblo y pactar con los atenienses. Así nos lo cuenta Tucídides: Pero los del pueblo, una vez que hubieron recibido las armas ya no escucharon a sus jefes, sino que se reunieron en asambleas y exigieron a los aristócratas que sacaran sus víveres a la luz y los distribuyeran entre todos; en caso contrario, decían, ellos mismos se entenderían con los atenienses y entregarían la ciudad (Thuc.III.27.3).

Una vez que la ciudad se había entregado a Atenas, una cuestión debía ser resuelta: ¿qué hacer con Mitilene? La decisión la tenía que tomar la asamblea, es decir, el conjunto de ciudadanos atenienses. Una primera reunión de esta, en donde hablo Cleón, votó que todos los varones fueran pasados a cuchillo, y los niños y mujeres hechos esclavos, castigo mucho mas duro que la muerte para quienes preconizaban la libertad. Nos dice Tucídides que esta decisión fue tomada con ira, pues debemos tener en cuenta que Atenas estaba entonces en una situación límite, sitiada por los espartanos y con una epidemia de peste. Consideraban que Mitilene, al intentar aliarse con sus enemigos, había cometido la mayor de las traiciones. Un trirreme con la orden fue enviado a Mitilene para que la guarnición ateniense que allí se había asentado la acometiera.

Parece que los ciudadanos, tras tomar esta decisión, comenzaron a cambiar de parecer. Ese debía ser el sentir general, puesto que la asamblea se volvió a reunir para decidir nuevamente sobre el castigo que se les debía imponer. Según Tucídides, se dieron varios discursos, pero este recoge únicamente dos que eran contrapuestos. El de Cleón y el de Diodoto. Dos son los principales argumentos que se esgrimen, el de justicia, al que recurre Cleón, y el de conveniencia, al que se refiere con mayor fuerza Diodoto. 

No obstante, antes de entrar en la cuestión del castigo, Cleón se pregunta por qué debe abrirse nuevamente un debate sobre el que ya se había tomado una decisión. De hecho, arremete contra la propia democracia ateniense afirmado con rotundidad que: …una democracia es un régimen incapaz de ejercer el imperio sobre otros pueblos, pero nunca como ahora ante vuestro cambio de idea respecto a los mitilenes (Thuc.III.37).  Es más, intenta hacer ver a sus conciudadanos que en realidad gobiernan una tiranía en toda regla: …y ello porque no consideráis que vuestro imperio es una tiranía, y que se ejerce sobre pueblos que intrigan y que se someten de mala gana; estos pueblos no os obedecen por los favores que podéis hacerles con perjuicio propio, sino por la superioridad que alcanzáis gracias a vuestra fuerza más que a su benevolencia (Thuc.III.37.2).

Para Cleón no es serio que se abra de nuevo el debate, ya que lo único que hace es retrasar las decisiones y puede perjudicar al imperio, y es preferible el respeto a las leyes. Una cuestión que solía salir a reducir y que lo hará nuevamente en el caso de la ejecución de los generales de las Arginusas: ¿está la asamblea por encima de las leyes?: … una ciudad con leyes peores –dice Cleón-, pero inmutables, es mas fuerte que otra que las tiene buenas, pero sin autoridad, de que la ignorancia unida a la mesura es más ventajosa que el talento sin regla, y de que los hombres más mediocres por lo general gobiernan las ciudades mejor que los más inteligentes (Thuc.III.37.3).

Para Diodoto, por el contrario, considera que la decisión que se había tomado en la asamblea anterior no se había pensado con calma: …pero pienso que dos son las cosas más contrarias a una sabia decisión: la precipitación y la cólera (Thuc.III.42). Es decir, las decisiones hay que reflexionarlas, puesto que, de lo contrario, luego se llega al arrepentimiento cuando ya es demasiado tarde. Por ello siempre no se puede dejar todo en manos de las leyes tal y como defendía Cleón:… y no debemos hacer depender nuestra seguridad del rigor de las leyes, sino de la previsión de nuestras actuaciones (Thuc.III.46. 4).

Cleón, por su parte, responsabiliza del mal funcionamiento del sistema a los oradores, quienes aconsejan al pueblo, puesto que hay algunos que “dan consejos contrarios a nuestro sentir”, y seguramente, acusa Cleón, ello es porque han sido sobornados -recordemos que hay una embajada de Mitilene en Atenas-. Una típica acusación que se realizaba sin pruebas, pero que impedía a los acusados demostrar lo contrario. Diodoto considera que este recurso se utiliza siempre que no hay más argumentos, y que no solo perjudica al orador, sino que también perjudica a la ciudad, pues esta queda sin buenos consejeros por el temor a quedar manchados bajo dichas acusaciones. Así, en vez de que cada uno de sus argumentos y decida el demos, lo que se produce es, en palabras de Diodoto: Se ha establecido la costumbre de que los buenos consejos dados con franqueza no resultan menos sospechosos que los malos, de suerte que se hace igualmente preciso que el orador que quiere hacer aprobar las peores propuestas seduzca al pueblo con el engaño y que el que da los mejores consejos se gane su confianza mintiendo (Thuc.III.43.2.).

Cleón, en cualquier caso, responsabiliza también al propio pueblo de dejarse llevar por las bonitas palabras de estos peligrosos oradores: Pero los responsables sois vosotros, por celebrar inoportunamente tales certámenes, vosotros que soléis ser espectadores de discursos, pero oyentes de hechos….. No hay como vosotros para dejarse engañar por la novedad…..sois esclavos de todo lo que es insólito y menospreciadores de la normalidad….sois tan rápidos en captar anticipadamente lo que se dice como lentos en prever sus consecuencias (Thuc.III.37. 4-5). Cleón, como se observa, tiene una posición antisofista y es partidario de una política más “espartana”, es decir, mantenerse dentro de la tradición y el respeto a la ley antes que buscar lo novedoso. En esta cuestión, en buena medida, Diodoto parece darle la razón, aunque con un alegato más moderado y añadiendo otra crítica hacia el demos, puesto que cree que este queda fuera de toda responsabilidad cuando las cosas no van bien y responsabilizan a quienes les dieron los consejos: …y ello tanto más cuanto que nosotros somos responsables de nuestras exhortación, mientras que vosotros no respondéis de la atención prestada a nuestros consejo. Porque si tanto el orador que logra la aprobación de su propuesta como el auditorio que la sigue se expusieran a los mismos daños, vosotros decidiríais con mayor prudencia (Thuc.III.43.4-5). En general, tanto lo que dice un como el otro casi se podría resumir en una estrofa de la comedia de Aristófanes “oh demos, qué bello es tu imperio, todos te temen como a un tirano pero eres fácil de conducir; te gusta que te alaben y te mientan (1111-1114).

Tras esta primera parte, en la que se trata sobre la forma de tomar las decisiones, ambos discursos pasan a tratar acerca del asunto por el que se había reunido la asamblea, el castigo a los de Mitilene. Cleón considera que, entre todas las injusticias, la mayor la han cometido los de Mitilene. Así, expone este,  Mitilene era autónoma y respetada, por tanto, ¿qué motivos tenían para sublevarse? Según el orador la respuesta es que …la naturaleza lleva al hombre a despreciar a quien lo trata con respeto y a reverenciar a quien lo hace sin concesiones (Thuc.III.39.5). De esta manera, para que otros no sigan por el mismo camino, es mejor prevenir y matarlos a todos para que valga de ejemplo. Para llevar un imperio, la compasión y la clemencia sobran.

Diodoto, por su parte, desmonta este argumento. Dice que todos están de acuerdo en que los habitantes de Mitilene  han realizado una injusticia, pero matar a todos no va a ser algo ventajoso, porque por muchas leyes que existan, en la naturaleza del hombre también está correr peligros sin pensar en las consecuencias, y, por tanto, otras ciudades se rebelaran aún teniendo el precedente de Mitilene. Acaba preguntándose si sería justo matarles cuando han sido ellos quienes se han entregado a los atenienses. Considera, por tanto, que dejarlos con vida será útil, puesto que pueden ser unos buenos aliados, así como pagar el tributo que repondrá los gastos que les han ocasionado: Y pienso que para el mantenimiento del imperio es mucho más útil el hecho de que nosotros suframos de buen grado una injusticia que aniquilar con justicia a aquellos cuya destrucción no nos conviene (Thuc.III.47.5).

El demos cambió de opinión. Una nueva votación, a mano alzada como era habitual, permitió que los habitantes de Mitilene siguieran con vida. Un nuevo trirreme, con la misión de alcanzar al primero, fue enviado para contravenir  la orden de ejecución.

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