La Roma de entreguerras
La Primera Guerra Púnica llegó a su fin en el 241 a.C. Ello no supuso para Roma, ni muchos menos, un descanso en las operaciones bélicas, que ahora se tornaron hacia el norte de Italia y el Adriático. A ello se le unió una incansable actividad política exterior que tenía por objeto organizar, además de Sicilia, otros territorios –tales como Cerdeña y Córcega- que hasta entonces habían estado bajo la órbita púnica. Mientras tanto, en el interior de Roma, se produjeron cambios políticos de importante índole.
¿Conquistar o defender?
Roma había salido reforzada de una larga guerra con Cartago. Su preponderancia sobre el Mediterráneo central era ya indiscutible. Una teoría tradicional consideraba que Roma se convirtió en este momento en una potencia imperialista. Pero ¿Realmente el Senado romano consideró ir más allá, aumentando el territorio sometido? Dicho de otra manera ¿Roma quería convertirse en el Imperio en que se convirtió? El debate acerca de ello es amplio. El tema ha vertido ríos de tinta. Pese a que no atañe ahora comentarlo en profundidad, cabe decir que existen dos grandes vertientes entre los historiadores: aquellos que consideran, cómo se ha dicho, que Roma tenía planeado no parar la conquista, forzando cuantas guerras fueran necesarias. Otros, situados en una oposición radical a la anterior, creen observar que Roma conquistó un Imperio «por casualidad», es decir, que las circunstancias acabaron por convertir a Roma en una potencia conquistadora. A día de hoy, los historiadores intentan no generalizar todos los conflictos en una única vertiente. Muchos parten desde la idea por la cual Roma actuaba más bien mediante una política defensiva, pero, en ciertas ocasiones, se observa una tendencia a dominar o controlar ciertos territorios. Cada uno de los conflictos tuvo circunstancias, causas y motivos propios. Por tanto, a largo plazo no parece que existiera una actuación coherente que afirme una política unitaria de conquista.
Las nuevas provincias
En todo caso, vayamos paso por paso. Roma hacía décadas que dominaba Italia, con unos pueblos altamente romanizados que, en su mayoría, se consideraban aliados del pueblo romano, los cuales aportaban tropas auxiliares. Que se mantuvieran fieles a Roma durante la Guerra Púnica indica la capacidad romana para mantener a distintos pueblos bajo su órbita, quizás porque la gran mayoría de las ciudades llevaban generaciones bajo la hegemonía de Roma, de tal forma que se identificaban más con la patria romana que con una propia. La única ciudad que osó alejarse, de lo que a todos los efectos era una confederación, fue la etrusca Falerii. Sus habitantes consideraban que el pacto se había firmado por cincuenta años, y, llegado a su fin en el 241, se consideraron libres de no renovarlo. Un craso error, pues, en los seis días siguientes, las legiones romanas llegaron a la ciudad e hicieron que sus habitantes la abandonaran. Un episodio anecdótico que, en cualquier caso, solo sirvió para que nadie se atreviera a tomar un camino similar.
Por otra parte, Italia estaba difuminada de colonias romanas y latinas, con ciudadanos que ayudaban tanto a la romanización como al mantenimiento del territorio. Al mismo tiempo, el ager romanus –territorio bajo el control directo de Roma- se amplió a lo largo de las tierras de los sabinos en estas fechas. En ellas fueron creadas, por ultimas vez, dos nuevas tribus: la Quirina y la Vellina, lo que venía a integrar en el ámbito romano a la Italia central. Italia, sea como fuere, era la zona más romanizada, quedando como un territorio especial una vez que se organizaron las primeras provincias: Sicilia y Córcega-Cerdeña.
Acabada la guerra, Sicilia quedó en manos de los romanos. Pero no debemos entender un dominio militar de la isla. Ni lo habían tenido los púnicos –más allá de una serie de emplazamientos en el occidente de la isla-, ni tampoco lo tuvieron los romanos, al menos durante los primeros años desde el final de la Primera Guerra Púnica. En ningún momento Roma intentó que las ciudades sicilianas entraran a formar parte de la confederación itálica. Dichas ciudades retomaron su vida habitual casi sin preocuparse de Roma, que ni siquiera dejó allí una legión.
Por otra parte, tampoco podemos considerar que los romanos se desinteresaran en estos años de Sicilia. Al fin y al cabo, mantener la isla bajo la esfera romana era clave para la economía y comercio romanos. Quizás se intentó una administración de la isla desde la propia Roma hasta que, finalmente, se observó que quedaba demasiado lejos y aislada como para considerarla una continuidad de Italia.
De cualquier manera, convertir a Sicilia en una provincia – ello suponía crear una nueva administración- parece que vino dada por los propios signos de recuperación de Cartago. Si ello era así, no sería difícil que en un momento dado muchas ciudades sicilianas volvieran a aliarse con los púnicos. Roma necesitaba garantizarse el dominio eficaz de la isla, evitando que una nueva guerra la convirtiera en el puente de los cartagineses para llegar a Italia.
¿Qué hacer entonces? De acuerdo al carácter romano, se improvisó. Se tomó una magistratura que ya existía, la pretura, y se aumentó el número de quienes la componían. Hasta ese momento, la pretura estaba compuesta por dos personas, un praetor urbanus y un praetor peregrinus, que se encargaban ante todo de las funciones judiciales. Sin embargo, junto con estos, serán elegidos tantos pretores como fueran necesarios para gobernar las nuevas provincias. Dichos pretores, ante todo, tendrán imperium –poder militar- con derecho a reclutar, al menos, una legión. La misión de estos –provincia en latín, término que acabara identificando al territorio en donde ejercían su poder- era gobernar un determinado territorio, la provincia, solo respondiendo ante el Senado. De esta forma, entre el 227 y el 225, se enviaban los primeros pretores a Sicilia y Córcega-Cerdeña.
¿Cuándo Cerdeña y Córcega pasaron a estar bajo el poder de Roma? En ella existían amplios contingentes mercenarios de los cartagineses. Pero acabada la guerra, Cartago no estaba en situación de hacer frente al pago de estos. Los mercenarios, por tanto, se apoderaron de las islas, solicitando protección a Roma. Ésta se negó en varias ocasiones hasta que, en el 238, aceptaron, declarando de nuevo la guerra a Cartago, después de que estos amenazaran con enviar una flota para recuperar las islas. La ciudad púnica, antes de iniciar una nueva guerra, dio por perdidas las dos.
En cualquier caso, los romanos justificaron el dominio de estas por el tratado de Lutacio –el que había dado fin a la Guerra Púnica-. Una de las clausulas especificaba que todas las islas entre Sicilia e Italia quedaban bajo el control de Roma, interpretándose que Córcega y Cerdeña se situaban dentro de estos límites.
Claro está, los mercenarios solo querían de la ayuda de Roma para establecerse en las islas, y no para que pasaran a estar administradas por la Urbs. Entre el 236 y el 231, cruentas batallas contra nativos y mercenarios acabaron por dar el dominio de las islas a los romanos, creándose varios años después la ya mencionada provincia. ¿Qué interés podía tener Roma? Sencillamente asegurar la protección del Tirreno y de las costas itálicas. Ahora Italia estaba rodeada por un cinturón conformado por las dos nuevas provincias.
Por otra parte, hay que hacer un breve comentario sobre la evolución de la administración de las provincias. En general, se puede decir que existió tanto en estas dos provincias como en las futuras una improvisación, por lo que cada una tendrá sus propias características. Se podría decir que, mientras que en Italia todas las ciudades estaban sujetas a Roma mediante una alianza, en las provincias los estatutos que se asignaran a cada comunidad serán distintos. Y tampoco se puede afirmar que existiera un proceso de romanización organizado desde Roma, sino que los distintos pueblos acabarán por asimilar la cultura romana –la cultura del vencedor, del más fuerte-.
En un principio, en el caso de Sicilia, las distintas ciudades únicamente debían fidelidad a Roma –respetar la presencia del gobernador y de su contingente militar-, pero sin que existiera ningún tipo de carga económica o militar. Sin embargo, con el paso del tiempo, estas ciudades acabaron por tener gran dependencia de Roma, puesto que al fin y al cabo muchas de sus funciones como ciudades libres quedaban limitadas en la práctica. Es por ello que se acabó por imponerse tributos, algo que tampoco era ajeno en Sicilia. De hecho lo que se hizo fue aplicar un antiguo impuesto establecido por el tirano siracusano Hieron –por el cual la décima parte de la cosecha debía ser entregada-, quedando estructurado en la lex Hieronica. Se impuso también la scriptura, un impuesto que debía ser pagado anualmente por las ciudades. Otros tantos impuestos se aplicaron a puertos y mercancías. Pero, en todo caso, como ya se ha dicho, cada provincia es un mundo, y de acuerdo al estatuto que se aplicó a cada ciudad –por ejemplo civitates foederate, civitates liberae et inmunes- los impuestos variaban.
Además, los gobernadores de las provincias acabaron también por aumentar sus funciones, ya que cuando las distintas ciudades tenían problemas entre ellas, éstas solicitaban la intervención del gobernador. Del mismo modo, el gobernador se convirtió en una institución de apelación para ciertas causas.
El norte de Italia y el ager gallicum
Al mismo tiempo que organizaban las dos nuevas provincias, Roma tuvo que hacer frente al problema galo desde el 241. A lo largo de los ríos Arno y Po, distintas tribus galas parece que dieron algún tipo de quebradero de cabeza a Roma, sin que sepamos ni su intensidad ni los problemas reales. Lo que es evidente es que Roma se preocupó prontamente por proteger esta frontera, realizando operaciones de castigo, pero sin ánimo de conquistar territorio. Los enfrentamientos se mantuvieron entre el 238 y el 230. Parece que el punto álgido de todo esto vino en el 236, momento en el que, según las fuentes, una confederación de tribus galas, liderada por los boyos, intentaron tomar la colonia de Ariminium, siendo vencidos por los romanos. Tras la victoria, Roma consideró que no existía guerra alguna y el templo de Jano se cerró –algo que no volverá a repetirse hasta tiempos de Augusto-, uno de los cuatro momentos en que se hizo a lo largo de toda su Historia.
Los diez siguientes años se mantuvieron en relativa calman, aunque Roma inició en el ager gallicum, situado al sur de la colonia de Ariminium, un proceso de reparto de tierras sin que sepamos realmente la cusa de ello. Dicho territorio, junto con el ager picenus que también fue repartido, era considerado ager publicus, de tal forma que pertenecía a los romanos directa como si fuera una prolongación de la propia Roma. Parece que la iniciativa del reparto la tuvo Cayo Flaminio en el 232, quien era tribuno de la plebe en ese año –personaje que alcanzará más tarde el consulado y la censura-. Éste presentó ante los comicios por tribus –o quizás el concilium plebis– una propuesta para realizar una centuriación de estos territorios y su posterior entrega a los ciudadanos romanos, pero no se preveía la creación de ningún tipo de colonia. Claramente, la gran mayoría de la oligarquía senatorial, que se beneficiaban del uso del ager gallicum como si fuera propio, se opuso a ello.
En cualquier caso, el reparto se llevó a cabo. Pero ¿Que objeto tenía esta iniciativa de Flaminio? Las fuentes no nos aclaran nada, pues, al haberse opuesto a una mayoría del Senado –e incluso actuar sin la previa auctoritas de éste-, le presentan siempre con un carácter negativo. Por su parte, la moderna historiografía tampoco se pone de acuerdo en dar un único punto de vista. Muchos creen que Flaminio ya observó que una gran parte de los que nutrían las legiones se habían empobrecido durante la primera guerra púnica y, por tanto, era una forma de resarcir el daño y mantener la capacidad de reclutamiento.
En el 225, de nueva tribus galas se organizaron para avanzar sobre Italia. Algunos historiadores piensan que el propio reparto de tierras propició este ataque con el fin de recuperarlas, pero parece difícil de creer que los galos reaccionaran ahora, después de haberla perdido hacía más de cien años. En cualquier caso, los galos consiguieron entrar en Clusium. Pero, tras la retirada de estos hacia el norte de Italia, los cónsules Atilio Régulo y Emilio Papo vencieron a los galos en Telamon con un ejército compuesto por 150.000 hombres.
Fue una gran victoria romana que no quedó solo en eso. Roma no estaba dispuesta a mantener una frontera inestable, así que las legiones avanzaron hacia el Norte, adueñándose de la Galia Cisalpina. En el 224, los galos se rendían finalmente en Mediolanum –la actual Milán-. Se comenzó la fundación de colonias como Placentia y Cremona, y se construyó la vía Flaminia entre Spoletium y Rímini. El nuevo territorio no fue considerado una nueva provincia –solo lo sería hacia el 81 a.C.-.
El Adriático
Si muchos fueron partidarios de potenciar la conquista del norte de Italia –aquellos que querían expandir el territorio para apoderarse de mayor número de tierras, incrementado sus latifunditos-, otra parte del Senado prefería extender el predominio romano en el Adriático, en especial aquella parte de la nobilitas cuyos negocios venían dados por el comercio.
Las distintas tribus de la costa dálmata se habían venido dando a la piratería, lo que suponía un importante peligro para el comercio. Pero esto se incremento todavía más cuando apareció el reino de Agrón, que se conformó en el noroeste de Grecia. Bajo el poder de este monarca, se consiguió dominar a todas estas tribus, así como de otras tantas ciudades griegas que se encontraban en la costa. En cualquier caso, Agrón fomentó todavía más la piratería. Prontamente, el poder del nuevo reino fue tal que el rey de Macedonia, Demetrio I, quien se encontraba en constante lucha contra las la liga aquea y etolia, buscó el apoyo de la importante flota de este reino. Poco después, Agrón murió y el trono recayó en su hijo, Pinnes, quien era menor de edad. La regencia la ocupó la mujer del primero, Teuta, quien continuó la política de expansión del reino a costa de las ciudades griegas como Corcira, Apolonia, Epidamno e Issa. Fue en el asedio de esta última cuando Roma intervino en ayuda de la ciudad.
¿Qué motivo esto? Polibio nos dice que las actividades de los piratas estaban perjudicando el comercio romano. Apiano, por su parte, comenta que Issa pidió ayuda a Roma. Probablemente ambos tengan razón, ya que Issa solo sería la oportunidad para involucrarse en los asuntos dálmatas para frenar la piratería. De esta manera Roma, muy dada a enviar embajadas antes que legiones, envió una a la reina Teuta para tratar ya fuera la piratería ya fuera la situación de Issa. Durante esta embajada, nos dicen ambos autores, murió L. Coruncanio, uno de los embajadores. Ello ocasiono el inicio de la guerra contra la reina.
¿Cómo murió éste? No lo sabemos. Polibio considera que la reina lo mató directamente por una contestación que no gusto a ésta. Apiano que murió antes de llegar a tierra al ser atacado por piratas ilirios. En cualquiera de los casos, Roma culpó al reino de Agrón de la muerte de éste, declarándole la guerra en el 229. Una amplia flota romana, comandada por los cónsules Cn. Fulvio Centumalo y L. Postumio Albino, zarpó hacia la costa dálmata para ayudar a Corcira, Epidamno y Apolonia que estaban siendo asediadas por la reina. De hecho, Corcira fue tomada y puesta bajo el mando del griego Demetrio, pero, cuando los romanos llegaron, éste entregó la ciudad a Roma –bajo el proceso de la deditio– y se puso al servicio de estos. Tras ello los romanos básicamente solo se tuvieron que pasear con la flota a lo largo de la costa para que distintas ciudades como Issa y Pharos fueran abandonadas por los ilirios. Ello provocó que Teuta solicitara la paz en el 228, pagando una contribución de guerra, reconociendo las conquistas romanas y prohibiéndosele una expansión de los ilirios hacia el sur de Lissos –en el norte de la actual Albania-. Al mismo tiempo, al sur de esta última ciudad se creaba un protectorado romano en las tierras de las tribus de los partinos y antitanos.
Por primera vez roma tenía una aproximación política en la Grecia tradicional y la actuación de Roma perjudicó ante todo a Macedonia, la cual perdió a un importante aliado. Incluso Corinto intervino para que Roma participara en los juegos ístmicos, considerando a la Urbs un miembro de la comunidad helénica. De todas formas, no podemos considerar que Roma se interesara ahora por Grecia. Desde que Pirro desembarcó en Italia, los romanos debieron fijar su mirada en el peligro que podía suponer oriente para su propia supervivencia, pero ahora se sentían lo suficientemente fuertes para intervenir al otro lado del Adriático, teniendo además unos claros intereses comerciales.
La reina Teuta murió unos cuantos años después del final de la guerra y Demetrio de Pharos –aliado de los romanos- casó con la madre del heredero al trono, Trieuta, haciéndose cargo del reino ilirio. Antigono de Macedonia quiso renovar la vieja alianza con este reino, y así se hizo entre el 223 y el 222. Gracias a ello, consiguió una victoria en Selassia, creándose una Grecia bajo la protección de Macedonia.
Por su parte, Demetrio ocupó el protectorado romano al observar el omiso caso que estos le prestaban. Y, en el norte, se alió con los istrios para expandir sus dominios en aquella zona. Sin embargo, esos territorios eran de gran interés para el comercio romano, así que, en el 221 –una vez acabado el problema galo-, Roma envió una flota para eliminar de piratas el adriático norte, al mismo tiempo que las legiones llegaban a Istria, alcanzando posteriormente los Alpes, creándose una zona de seguridad. Más tarde, se arremetía contra Demetrio, tomando la ciudad natal de éste, Pharos, dando fin a esta nueva guerra. El reino ilirio se debilitó, pero si Roma quiso zanjar el asunto tan rápido fue porque para aquel entonces Anibal había tomado Sagunto, y una Segunda Guerra Púnica estaba a punto de abrirse.
La política interior
Además de la política exterior romana, los cambios políticos en el interior de Roma también fueron importantes. Los comicios centuriados fueron en esta época reformados, aunque no parece que tenga nada que ver en ello Flaminio –al menos de forma directa-. En el 241, se fijaron finalmente el numero de 35 tribus –la base de la ordenación de los comitia tributa-. Estas a su vez se convirtieron en una forma de organización en los propios comicios centuriados –cada centuria se estructuraba de acuerdo a las 35 tribus con el fin organizar las votaciones-. Pero ante todo, las centurias sufrieron cambios en su estructura general con el fin de que la primera clase no tuviera tanto poder. Originalmente pertenecían a la primera clase 80 centurias que, sumadas a las 18 de caballeros, daban siempre mayoría. Por ello, la primera clase quedó únicamente con 70, pasando las otras 10 a engrosar el resto. De esta forma, para alcanzar la mayoría ahora se necesitaba convocar, al menos, a la segunda clase.
¿Qué sentido tenía todo esto? Algunos creen que ello llevaba a una democratización mayor del sistema. Pero realmente las reformas tienen un carácter totalmente conservador. Existían muchos romanos que se habían enriquecido con el comercio y que estaban engrosando la primera clase. Ello estaba provocando que los propietarios agrarios perdieran poder de decisión. De esta forma, reduciendo el número de centurias, se fomentaba que siempre existiera un predominio de estos últimos –que ante todo se encontraban en el resto de clases como propietarios medios-.
En una línea parecida estaba la iniciativa por la cual los libertos propietarios agrícolas –liberti absidui– fueron obligados a ser censados únicamente en las tribus urbanas. La medida tenía por objeto disminuir los lazos que permanecían entre el liberto y su antiguo amo, en especial entre los patronos dedicados al comercio.
Parece que todo tenía que ver con una aristocracia agraria que quería mantener el orden social y político tradicional. Y es que la guerra Púnica había permitido una gran expansión comercial y monetaria. De hecho, muchos de estos romanos fueron los que financiaron parte de la guerra, en especial las flotas, la cual utilizaron para expandir sus negocios más allá de Italia una vez terminado el conflicto bélico. Grandes familias como Atilios y lo Manilios se enriquecieron con esta nueva tendencia económica, involucrándose directamente en la política romana. E incluso la antigua élite agraria se beneficiaba del nuevo negocio que suponía el comercio, de donde provenía el capital que les permitía ampliar sus grandes latifundios trabajados por esclavos. A la largo acabó por perjudicar a los pequeños propietarios que no podían competir con esta multitudinaria mano de obra.
Frente a todo esto, un reducido grupo de senadores, encabeza por Flaminio, estaban dispuestos a mantener la propiedad agraria como la principal fuente de riqueza para la nobilitas. Livio nos dice que, en el 219, el tribuno Q. Claudio logró que se aprobara la lex Claudia de nave senatorum, la cual impedía que los senadores y sus hijos poseyeran barcos superiores a ocho toneladas. El mismo autor clásico nos dice que los senadores recibieron mal la iniciativa. En todo caso, a día de hoy tampoco sabemos el objetivo real que esta perseguía, ni siquiera si el contexto en donde la englobamos es el correcto. Podemos considerar que este reducido grupo de senadores consideraría que era despreciable que los políticos romanos participaran en un sistema económico comercial, el cual consideraba que atentaba contra el mos maiorum y el honor de la nobilitas.
Sea como fuera, la realidad fue que desde ese momento, la nobilitas romana –o todos aquellos que quisieran iniciar una carrera política- no podía participar en actividades comerciales u otros tipos de negocios que no estuvieran involucrados con la propiedad agraria. Ello hizo que apareciera una clase, los equites, que basaban su riqueza –proporcional a la de la nobilitas- en los negocios. Por tanto, estaban impedidos para participar en la vida política. Negotiatores -como banqueros- y publicani –que arrendaban las obras del Estado y la recogida de impuestos- se hicieron habituales en Roma.
Claro está, la nobilitas romana participó en los nuevos negocios pese a la prohibición –no podía ser de otra manera-, pero buscando cualquier tipo de estratagema que no les involucrara directamente en este tipo de actividad.
En resumen, Roma creó en este tiempo dos provincias –Sicilia y Córcega-Cerdeña- que protegían a Italia. Se expandió el territorio a lo largo de la Galia Cisalpina. Se creó un protectorado en Iliria y se producía un acercamiento con la Grecia tradicional. Mientras tanto, en el interior, se producían cambios en las asambleas romanas, en especial para dar mayor fuerza a la propiedad agraria que a las nuevas tendencias económicas basadas en el comercio, los negocios y la circulación monetaria.
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