Los fenicios en Iberia
Los fenicios, procedentes de varias ciudades de la costa sirio-palestina –los cuales eran conocidos por un tinte púrpura con el que se tenía la tela-, fueron vivaces comerciantes que surcaron el Mediterráneo. Llegaron hasta el sur de la Península Ibérica e, incluso, traspasaron el estrecho de Gibraltar para bordear las costas atlánticas de la península y África. Su presencia en la Península Ibérica era conocida desde la Antigüedad, pero es ahora, gracias a los datos arrojados por los constantes descubrimientos arqueológicos, cuando estamos conociendo realmente la forma en que esta se produjo. Un tema que, como otros muchos, da para escribir cientos de páginas, pero que nos debemos conformar con esbozar algunas ideas generales.
Desde finales del segundo milenio, los fenicios –en especial desde la ciudad de Tiro- comenzaron una expansión comercial por el Mediterráneo debido a distintos motivos que los historiadores todavía discuten. No haremos mención a esa problemática en este momento. Sea como fuere, todo apunta a que a comienzos del primer milenio, es decir, hacia el 1000 a.C., los comerciantes fenicios ya habían llegado al Mediterráneo occidental. Allí se tuvieron que encontrar con rutas comerciales que ya habían trazado los propios indígenas de esta parte del mar, las cuales aprovecharon los fenicios. De hecho, se han encontrado pruebas que ponen de manifiesto la colaboración con los comerciantes locales. En muchos casos, se aprecia que en la fundación de los asentamientos fenicios hubo también apoyo de comerciantes de otros lugares de esta parte del Mediterráneo. Gracias también a estos, los fenicios adquirieron profundos conocimientos del territorio y el potencial del mismo, sin descartar, claro está, la propia exploración.
En principio, el intercambio comercial que los fenicios realizaban con las poblaciones indígenas –tanto en el caso de la península como de otros lugares- tenía como escenario la playa. Algunos investigadores lo han llamado comercio “silencioso”, porque no deja evidencia arqueológica alguna. Cuando estos intercambios se solían hacer más habituales, los comerciantes fenicios llegaban a algún tipo de acuerdo con los poblados locales para que les permitieran la construcción en ellos de edificios propios como almacenes e incluso barrios. Este caso se da en los yacimientos de Carmona, Cerro de San Juan en Coria del Negro, El Carambolo, Cástulo, etc. El siguiente tipo de establecimiento es la factoría o, en su caso, la colonia, creada ex novo por los propios fenicios, de los que tenemos buena muestra en el sur de la Península Ibérica.
Fue a partir del siglo IX a.C. cuando parece que los comerciantes fenicios decidieron establecerse en numeras puntos del litoral hispano. Las construcciones que se han encontrado en estos yacimientos demuestran que no se trataba, ni mucho menos, de establecimientos transitorios, sino que tuvieron la idea de consolidar su presencia en dichas zonas. Cuentan, incluso, con necrópolis –situadas por lo general al otro lado de los ríos-, las cuales han arrojado, por otra parte, una organización social compleja. Desde luego, cuando los fenicios llevaron a cabo tales fundaciones ya existía una actividad comercial con las poblaciones indígenas.
Debemos aclarar que, aunque es muy común hablar de colonias y de colonización fenicia, a menudo el término suele ser mal interpretado si lo entendemos como un dominio del territorio y sus habitantes como sucedió en el siglo XIX. De hecho, en la Península Ibérica las fundaciones que estos crearon eran en muchos casos –dentro de la amplia variedad de estos asentamientos- pequeños establecimientos, dedicados al intercambio y producción de diversos objetos, a los que podemos llamar factorías. Únicamente algunas fundaciones de la actual zona de Andalucía llegaron, más adelante, a convertirse en auténticas ciudades o colonias que establecieron influencia en el territorio y, en cierta manera, una dependencia de la población indígena hacia estas como veremos más adelante.
Por tanto, la creación de estos establecimientos no tuvieron como objetivo el asentamiento de población, sino meramente el tener bases propias para el comercio. Diferencia sustancial con la colonización griega, la cual sí que tuvo como principal fin el traslado de un exceso de población a nuevas poleis.
Los fenicios siempre buscaban para sus asentamientos lugares en el litoral, ciertamente aislados respecto a poblaciones indígenas, como penínsulas, islas o montículos; pero a su vez que fueran fácilmente accesibles a dichas poblaciones. Por esta última razón se prefería zonas de llanura, en concreto las desembocadura de los ríos, que dieran al interior peninsular y salvaran las cadenas montañosas. Se buscaba, del mismo modo, lugares con buenos vientos para la navegación y terrenos que permitieran la agricultura. En la actualidad, los yacimientos que se han encontrado no se encuentran justamente en la línea de costa, pero también debemos tener en cuenta, tal y como han demostrado los estudios, que esta a cambiado a lo largo de los milenios, especialmente por la sedimentación de los ríos en sus desembocaduras.
Una de las principales y más conocidas fundaciones fenicias es Gadir, la actual Cádiz. Nos dicen algunas fuentes clásicas, como Veleyo Patérculo, que la ciudad había sido fundada nada menos que en el 1110 a.C., lo que a todas luces es una exageración. Esta datación se debe a la costumbre grecolatina de remontar los orígenes de las ciudades a tiempos míticos, en concreto a la Guerra de Troya, que supuestamente habría sucedido en el 1200 a.C. Gadir, además, era una ciudad importante por el oráculo del templo de Heracles-Melqart, al que acudieron desde Aníbal a Julio Cesar. Claramente, los especialistas, ante los datos arqueológicos, rechazan estas fechas, aunque no ponen en duda que pueda ser la fundación fenicia más antigua de la Península Ibérica, la cual habría tenido como objeto el acceso a los territorios del Bajo Guadalquivir, especialmente en lo que respectaba a los metales. Lugar que, por otra parte, se convirtió en un lugar legendario por parte de los griegos, una tierra de riqueza en donde se habría asentado el mítico reino de Tartessos, y que independientemente del mito, existió, desde luego, una prospera cultura, la cual, según apuntan los indicios, tiene gran relación con la influencia fenicia. En cualquier caso, según los indicios arqueológicos, los datos más antiguos son del 850 a.C. aunque ello no imposibilita que hubiera una fase de precolonización o, mejor dicho, de actividad precolonizadora. No obstante, el asentamiento real, al menos original, de Gadir sigue siendo desconocido y es un tema abierto entre los arqueólogos que trabajan sobre el terreno.
Podemos hacer mención de otros tantos asentamientos descubiertos hasta el momento, más o menos estudiados, de mayor o de menor importancia. En la bahía de Algeciras, en la zona de San Roque, que según los vestigios estuvo activo entre los siglos VII y V a.C., en donde el río Guadarranque daba un importante hinterland para el comercio. Más al este, en la desembocadura del río Guadiario, encontramos, de nuevo, otro asentamiento.
De mayor envergadura es el yacimiento que se encuentre entre Torremolinos y Málaga, en la desembocadura del río Guadalhorce, en el Cerro del Villar, el cual estuvo activo entre los siglos VII a V. a.C. Málaga o Malaka fue fundada hacia los siglos VIII y VII, aunque como veremos, se convirtió en una auténtica ciudad que ha perdurado a lo largo del tiempo. También de importancia, a orillas del río Vélez, se encuentra Toscanos, el cual es uno de los yacimientos mejor conocidos en la actualidad.
A siete quilómetros de Toscanos, en Morro de Mezquitilla, se halla el asentamiento más antiguo, del siglo IX a.C. Cercano a este, en Chorreras, existió otro establecimiento que no llegó a durar más de un siglo, del siglo VIII al VII a.C. En el punto más alto de Almuñecar, debajo de dicha ciudad, se encuentra la antigua Sexi. En la desembocadura del río Guadalfeo, Abdera, la actual Adra. En la desembocadura del Segura, La Fonteta, asentamiento que fue fundado a mediados del siglo VIII a. C y abandonado hacia el tercer cuarto del siglo VI a.C.
En Ibiza, Sa Caleta, creado a mediados del siglo VIII y abandonado en el primer cuarto del siglo VI A.C.
Al norte del Ebro no parece que exista una alta presencia fenicia, aunque los nuevos hallazgos parecen mostrar que esta era algo más intensa de lo que se creía. Así, encontramos el enclave de Aldovesta (Benifallet), en el mismo curso del Ebro; y San Martín de Ampurias –más tarde ocupado por los foceos para su emporion– el cual dependía de algún poblado indígena todavía no localizado.
Del mismo modo, también las investigaciones en Portugal arrojan presencia fenicia en la zona atlántica: al oeste de Huelva se encuentran asentamientos Tavira y Castro Marim, así como Abul al sur de Lisboa.
La razón de esta colonización es, como ya se ha dicho, comercial. Pero el establecimiento de factorías implica también la necesidad de abastecimiento, por lo que se buscaba también que fueran lugares aptos para la agricultura, la ganadería y la pesca –actualmente se ha revalorizado esta línea de investigación-. En estos lugares se laboraban manufacturas especializadas desconocidas por la población indígena, especialmente en lo que al tratamiento del metal se refiere, la producción púrpura y la cerámica a torno. De hecho, fueron los fenicios los introductores del hierro en la Península Ibérica, lo que era uno de los principales productos para intercambiar con las poblaciones indígenas.
Por su parte, los fenicios buscaban bronce, así como estaño en el norte peninsular como parece que muestra la red comercial en la costa atlántica. De igual manera, oro y plata que sería recibido de manos tartésicas. Posteriormente los fenicios transformaban estos metales preciosos en bellas joyas, tras lo cual las volvían a intercambiar, al menos en parte, con las poblaciones indígenas. Otra buena parte de la producción se destinaba al comercio en la zona oriental del Mediterráneo.
Muchos de los yacimientos anteriormente citados comienzan a partir del siglo VI a.C. a desaparecer o a paralizar su actividad económica –algunos, posteriormente, volvieron ser ocupados por los cartagineses-. Se trata de una crisis generalizada que no se sabe muy bien a qué se debe. Una de las hipótesis tradicionales la achacan a la caída del Imperio asirio, el cual sería uno de los principales demandantes de productos fenicios. Pero esta visión actualmente es puesta en duda o, al menos, no sería la única causa. Se advierte que la población indígena a la que vendían estas manufacturas habría acabado por aprender las técnicas de producción fenicias, es decir, que podían producir los mismos productos sin necesidad de adquirirlos a los comerciantes fenicios. Por tanto, estos perdieron su principal mercado en la península.
Paradójicamente, mientras buena parte de los centros fenicios son abandonados, otros comienzan a crecer hasta convertirse en auténticas colonias urbanas. En principio, debemos pensar que la población de los centros abandonados se trasladó a estos otros, aunque tampoco podemos descartar que, debido a la situación oriental, hubiera un aporte de población desde esa parte del Mediterráneo. Así, desde finales del siglo VII, la costa de la actual Andalucía se convierte en un auténtico foco bien definido de cultura fenicia. Los que habían sido establecimientos de tipo comercial tornan en auténticas ciudades: Gadir aumenta su población –anteriormente habría sido el único establecimiento con carácter urbano-. Malaka, aunque ya parece que existía un asentamiento previo, comenzó su crecimiento a finales del siglo VII y principios del VI a.C., desde donde se controlaba las desembocaduras de los ríos Guadalmedina y Guadalhorce. Sexi (Almuñecar) aumentó también su población, aunque se desconoce todavía mucho de lo que el subsuelo alberga. Su crecimiento se produjo, especialmente, en el siglo V a.C. Por su parte, el crecimiento de Baria (la actual Villaricos) parece detectarse entre los siglos V y IV.
Ebuso (Ibiza) fue otro de los grandes focos importantes, en la isla de Ibiza, aunque no se sabe con seguridad la existencia de un poblamiento previo anterior al siglo VI –aunque coincide con el abandono del establecimiento de Sa Caleta-. Todavía desconocemos muchos datos, aunque Timeo menciona que tenía puertos, grandes murallas y un gran número de casas bien construidas.
La relación de estas ciudades con la población indígena también cambio. La aparición de estructuras defensivas en estas, que no se encuentran en el momento en que estos centros se crearon en el siglo VIII y VII a.C., lleva a pensar que existían serios conflictos.
Finalmente, habría que decir que Gadir tuvo un amplio papel en la ordenación de este mundo fenicio en la península, aunque por el momento desconocemos su organización. Quizás lideraba algún tipo de liga de ciudades en torno al templo de Melqart. Además, tampoco podemos desechar la relación que tuvo con otros asentamientos africanos, especialmente con Cartago. Esta última ciudad, tras la Primera Guerra Púnica en el siglo III a.C., volcó su actividad hacia la Península Ibérica y, especialmente, en este foco de cultura fenicia.
BIBLIOGRAFÍA:
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SCHUBART, H. (2001): “La colonización fenicia”, en ALMAGRO, M. et al., Protohistoria de la Península Ibérica, Ariel, Barcelona pp. 191-282
Proyecto BHA 2002-02200, Los fenicios en Occidente. Materiales para un catálogo de su patrimonio histórico y arqueológico, http://patrimoniofenicio.blogspot.com.es/